La inteligencia de una ciudad, y con ello sus posibilidades de futuro, se sustenta en cinco activos: el capital económico (PIB, peso de cada sector, transacciones internacionales, inversión en el extranjero…), el humano (talento, innovación y creatividad, educación…), el social (tradiciones, hábitos, religión, familia…), el medioambiental (políticas energéticas, gestión de residuos y aguas, jardines…) y el institucional (compromiso ciudadano, autoridad administrativa, elecciones…). Todas estas variables forman un conjunto llamado ciudad que se debe desarrollar, desde la innovación, la cohesión social, la sostenibilidad y la conectividad.
Ya no basta con aplicar la planificación y la estrategia únicamente al ámbito urbano, base de la financiación municipal por excelencia, debido a una retrógrada legislación del suelo, carente de sentido socioeconómico, por lo menos en la práctica. Ya no basta con diseñar acciones inconexas entre sí, con un horizonte que no pasa de las próximas elecciones. Ya no funciona la obstaculización de las iniciativas y los cambios que reclama, propone y/o lleva a cabo la ciudadanía. Ya no es bastante con ser alguien a nivel local, porque la ladea global está llena de localizaciones que compiten entre sí por los recursos del siglo XXI (sobre todo el talento).
Partiendo de un análisis de la situación, completo, que defina el estado demográfico, social, económico, cultural, ambiental… de la ciudad, se han de diseñar las medidas estratégicas fundamentales, que deben estar alineadas con las oportunidades de mejora detectadas. Para ello, será necesaria la participación de expertos, de los diferentes stakeholders de la ciudad, de la propia ciudadanía… la ciudad es un ecosistema en red que ha de contener y satisfacer a todos sus grupos de interés (ciudadanos, organizaciones, instituciones, gobierno, universidades, empresas, expertos, etc.), para alcanzar un desarrollo sostenible, perdurable y, sobre todo deseable. El factor humano es fundamental en el desarrollo de las ciudades. Sin una sociedad participativa y activa, cualquier estrategia, por muy inteligente y global que sea, estará abocada al fracaso. Más allá del desarrollo tecnológico y económico, son los ciudadanos quienes tienen la llave para que las ciudades se conviertan en “inteligentes”, pues en ellos reside el talento.
Con esta visión, uno ha de reflexionar acerca de la ciudad donde vive, como es su presente y cómo puede ser su futuro. Personalmente, el aspecto que más me preocupa, siempre, es el humano. Una ciudad, un pueblo… se caracteriza por su gente. En ella reside todo lo demás: el desarrollo económico (creación de empresas, atracción de inversores, generación de valor y riqueza…), el desarrollo socio-cultural (educación, demanda de bienes y servicios culturales, atención a necesidades socio-sanitarias…), la evolución medioambiental (eco-concienciación, áreas naturales, trinomio reciclaje-recuperación-reutilización…) y el desarrollo institucional (la administración es reflejo de los administrados). Por ello, la gente, los habitantes, los residentes, los que vienen a trabajar, los que visitan… son el núcleo de toda estrategia de la ciudad del siglo presente.
Perder población es la mayor tragedia de una ciudad… se empieza por perder a los jóvenes (que emigran a la búsqueda de oportunidades) y con ello, las futuras madres y los futuros bebés, envejeciendo la población hasta que merma constantemente, Esto provoca la desconexión con el mundo de la innovación y el desarrollo (al perder juventud) y conlleva la pérdida de servicios sociales (no demanda o caros de prestar), culturales (minoración de demanda), educativos (no hay niños), económicos (no hay demanda, por lo que no habrá inversión… no hay talento, por lo que no habrá atracción de empresas…), medioambientales (abandono del rural, desconexión con las nuevas pautas de sostenibilidad…)… un círculo vicioso que se ha de detener lo antes posible….
Sin embargo, mucho gestor municipal de hoy día, todavía no se ha dado cuenta de que la ciudad es gente… sin gente no hay ciudad.