Un reciente estudio de la Universidad de Oxford, del cual se ha hecho eco The Economist, revela que, en apenas 20 años, cerca de 700 profesiones serán completamente automatizadas, es decir, robotizadas. Aunque ya en 2013 había hablado de esto y en este blog (Yo… o un robot), Oxford vuelve a poner de manifiesto que los robots, gracias a la evolución de la inteligencia artificial, sustituirían al 47% de la población activa mundial, haciendo desaparecer 1.600 millones de empleos. Y esto no es todo, ya que serían 140 las carreras universitarias las que desaparecerían, por lo que urge una actualización de los planes de estudio y un sistema educativo orientado a la generación de valor y en contacto con las empresas, de formas que las prácticas sean el complemento a la formación teórica.
Evidentemente, existen ciertos trabajos y/o tareas donde la máquina, el robot, no podrá sustituir nunca al humano. Podrían ser complementarios, pero nunca sustitutivos perfectos. Hablamos de aquellas funciones donde es necesaria la aptitud humana: el pensamiento creativo, la capacidad artística, las habilidades de negociación….
Mientras los costes de contratar (generar empleo) sigan tan altos, los incentivos a la robotización serán cada vez mayores, puesto que es una fuerza de trabajo que se amortiza como un inmovilizado y no soporta tan altos costes. En sectores donde el valor añadido es reducido y la estrategia que triunfa es la de costes, parece que el trabajo humano está sentenciado.
A nivel país, creíamos que bastaba con ser el país barato de la Unión Europea, pero de repente la UE se amplió a 25 (y los que vendrán) y ya dejamos de ser los baratos. Creíamos tener cierto liderazgo en algunos sectores (naval, automóvil…), pero hoy son commodities, fácilmente deslocalizables, con presiones sobre sus costes y que, muchos, viven gracias al dinero público. Actualmente, los pocos sectores industriales que se salvan de esta quema pertenecen, cada vez más, a empresas extranjeras. El resto de sectores son asfixiados: por un lado, por los que son capaces de ofrecer un nivel de especialización y una productividad elevadas; y por otro, por los que simplemente brindan costes laborales unitarios bajos.
Urge pues, un cambio de estrategia-país y de modelo económico. Un cambio de orientación hacia la innovación, el valor añadido y la formación continua. Un esfuerzo desde el sector público (educación, políticas económica, fiscal e industrial, I+D… expulsión de la corrupción y mejora de la seguridad jurídica), desde las empresas (competitividad, innovación, generación de valor…) y, también, desde las personas y sus actitudes laborales: exigir el abandono de los comportamientos “Lazarillo de Tormes”, puesta en valor del esfuerzo y del mérito, necesidad de visión y planificación estratégicas y a largo plazo, valoración de la responsabilidad y de la asunción de riesgos…
Lo contrario es un suicidio. Sin sectores globales capaces de generar riqueza y empleos de alto valor añadido, el efecto dominó será brutal.