La mayor competitividad del factor trabajo en Estados Unidos (salarios más bajos que en Europa y una productividad mayor), el reducido coste de la energía (menores impuestos y extracción del shale gas) y la recuperación de empresas deslocalizadas (nuevo boom del Made in USA pero en clave Made by Americans) hacen que la reindustrialización de USA sea una de las claves económicas actuales. Mientras, Europa, una economía más enfocada a los servicios, tarda en recuperarse.
Con la crisis se ha puesto de manifiesto que una industria desarrollada es factor de éxito para una economía. No es que todo el éxito dependa de las fábricas, ya que una relación positiva entre crecimiento económico y desarrollo industrial necesita que este sector, no sólo tenga una presencia fuerte en el PIB, sino que sea competitivo internacionalmente, que los balances de sus empresas sean saludables, que el impacto de sus residuos y emisiones se minimice, que los impuestos que pagan sean razonables y nacionales y que la calidad del empleo que oferte signifique valor añadido (robótica y otras tecnologías han pulverizado sectores, al tiempo que generan nuevos constantemente).
Necesitamos una reindustrialización que nos traiga a este siglo XXI. Ya no seremos nunca más un pueblo minero, ni Ferrol el gran astillero mundial… ni España el país que puede competir en costes en la vieja Europa. Los resultados de la reindustrialización pontesa llevada cabo con ingentes cantidades de fondos públicos están a la vista: paro, cierre de empresas, polígonos llenos de naves embargadas, inexistencia de suelo industrial…
La situación es distinta y exige un tejido industrial competitivo, tecnológicamente avanzado, generador de alto valor añadido y centrado en la innovación, características presentes en los sectores industriales de Alemania, USA o Japón. Desde la Administración (local, también) ha de desarrollarse una política industrial que lo posibilite: reducción del coste energético, incentivos a la I+D+i, disminución/eliminación de las trabas burocráticas, acabar con la fragmentación del mercado interior, favorecer el crédito y la financiación y, sobre todo, el inicio de una ambiciosa política de formación que mejore la empleabilidad de aquellos cuyas habilidades ya no demanda el mercado y que necesitan de una ayuda intensa para que puedan hacerse hueco en una industria donde los superordenadores, la robótica y las máquinas de alta precisión son las herramientas de hoy.
El Plan Estratégico de Galicia se propone, entre sus objetivos para 2020, aumentar el atractivo de Galicia como lugar para vivir, invertir y trabajar, algo que en As Pontes de daba por hecho en los año 70-80 y que ha desaparecido en las dos últimas décadas.
Una política industrial decidida, asentada en los principios de una especialización inteligente, esto es, fundamentada en el aprovechamiento de la creatividad y el talento de las personas, en la elección de sectores/empresas/tecnologías para la cuales tenemos ventajas competitivas (electricidad, agua, altura, suelo susceptible de ser utilizado industrialmente…) y en la existencia de instituciones y administraciones ágiles, con gente muy formada y actitud proactiva.
Todo lo contrario, es decir, lo que tenemos ahora… es poco más que un suicidio colectivo….