La base de una Smart City es la información. Información que genera la propia ciudad (calidad del aire, contaminación del agua, nivel de tráfico… fácil de recopilar con sensores estáticos), información que comparte el ciudadano (foto de un bache, aviso de una emergencia, solicitud a la administración…) y la que recoge el denominado “sentimiento ciudadano” (quejas sobre los servicios, críticas a los representantes, reivindicaciones en las redes sociales…). A mayor nivel del compromiso de los ciudadanos con el concepto Smart City, mayor participación en la generación y difusión de la información, teniendo en cuenta que el mayor valor añadido lo proporciona todo aquello que nos diga el ciudadano.
La siguiente fase consiste en analizar esa información, establecer perfiles de ciudadanos, fijar patrones y anticipar comportamientos. De esta manera, la administración local estará en disposición de prestar un mayor número de servicios y de mejor calidad al ciudadano, siempre que tenga la disposición de escucharle y contrarrestar sus miedos (medir, monitorizar, compartir… puede asustar al ciudadano cuando oye estas palabras junto con vigilar, hackear…).
El rol del ciudadano pasa a ser fundamental, puesto de que ser un sujeto pasivo (consume el servicio que haya, paga sus impuestos los entienda o no) a un actor fundamental, puesto que produce información para diseñar a su medida los servicios que demanda y al precio que cree más justo. La Smart City necesita de eso que llaman inteligencia colectiva y que no es más que participación: ser informado, poder opinar y permitir decidir. Por otro lado, esa proactividad no sólo permite ser parte del futuro de la ciudad sino que, además, es un buen método de control a los representantes políticos.
Como se ve, gran parte del éxito de la conversión en una Smart City dependerá del ciudadano y su convencimiento de que su participación es decisiva: si quiero un alumbrado perfecto, lo mejor y más rápido es que saque una foto y la mande (mail, whatsapp, facebook…) al responsable de la ciudad. La otra parte, dependerá de las autoridades de la ciudad, puesto que han de traspasar partes del proceso de toma de decisiones (de su poder) al ciudadano. Una tercer parte, los fondos, parecen, hoy, de mayor disponibilidad que el cambio que deben experimentar ciudadanos y políticos, sobre todo con la tendencia al crecimiento de dispositivos conectados, al abaratamiento de todo tipo de sensores y al desarrollo de tecnologías como el big data.
Un ecosistema de datos, emitidos, recibidos, tratados y gestionados que servirá para optimizar recursos, implementar acciones de forma remota, fomentar la transparencia en la gestión pública, potenciar la innovación y desarrollar nuevos productos y servicios, negocios, oportunidades… para la ciudad y desde la ciudad (y sus habitantes, visitantes, turistas, empresas, administraciones….